La oferta de series episódicas de factura estadounidense accesibles en nuestra televisión por cable es verdaderamente pródiga: unas cuarenta, desde La ley y el orden y Dr. House, a Bones o Drop Dead Diva. En ellas se despliega todo un mapa social donde predominan los roles de autoridad y de servicio. Médicos, abogados, policías, detectives, se llevan las preferencias y no es extraño: el crimen, el sexo, el conflicto, la enfermedad y la muerte, delinean la experiencia cotidiana con que se enfrentan estas profesiones. Las comedias y dramas de familia ocupan un lugar también importante, desde Los Simpsons a Desperate Housewives.
Los roles protagónicos profesionales no son hoy día discriminados por género: hay brillantes abogadas, obsesivas y eficaces forenses (The Body of Proof, Bones), policías “duras” y sutiles; es más, alguna de las series, como Drop Dead Diva, encarnan la redención post mortem de la clásica “rubia tonta” que descubre nuevas potencialidades cuando revive en el cuerpo de una abogada excedida de peso pero inteligente y de atractiva personalidad. O, en The Good Wife, una señora que ha relegado su carrera de abogada en aras de la vida doméstica, se ve forzada a volver al ruedo cuando su esposo, acusado de corrupción política (y culpable de vergonzosas infidelidades, que se hacen públicas), va a parar a la cárcel. Alice no perdona y tampoco olvida, pero asume la jefatura de la familia y se convierte en sostén económico, al tiempo que gana en autoestima y demuestra sus grandes capacidades.
Entramos en el tercer milenio y a nadie asombra demasiado, en Occidente, que las mujeres pasen a los primeros planos de la escena laboral en el “mundo exterior”. O que –en las comedias domésticas– hagan algo más que secundar dócilmente al pater familias . Pero otras cosas llaman la atención del espectador: la ruptura de las expectativas y estereotipos morales que también acompañaron no sólo al rol femenino convencional, sino incluso, de otra manera, a ciertas ilusiones éticas del denominado “feminismo de la diferencia”. Aunque sus teorías son complejas y no les faltan seducciones, este feminismo, representado por figuras como Luce Irigaray, Hélène Cixous o Carla Lonzi, propició la confianza en las “diferencias positivas” de la femineidad, en cuanto a sus aptitudes para construir una sociedad no violenta, despojada de lo que se consideraba como tendencia masculina a la depredación y la imposición.
Más cercanas a las perspectivas del “feminismo de la igualdad”, algunas de estas series muestran mujeres ocupando posiciones de poder o influencia, aunque no por ello sean o deban ser más virtuosas que sus colegas varones en similares puestos. Ni mejores ni peores que los hombres, se trata, ante todo, de personas, capaces de bien y mal, tramadas de luces y de sombras.
Nurse Jackie (de 2009 hasta hoy) es un buen ejemplo de esa mezcla siempre irritante para los moralistas de todas las tendencias. Jackie, una enfermera veterana y experta, que se preocupa genuinamente por sus pacientes, adolece no obstante, de ciertas debilidades, como su adicción a los analgésicos y otros fármacos (compartida con el Dr. House), o las fluctuaciones sentimentales que la llevan a engañar a su esposo con el farmacéutico del hospital, sin que ella se decida a privarse de ninguno de sus dos amores. Si bien la serie ha sido tipificada como “comedia de humor negro”, no por eso dejó de levantar críticas por su “indecencia”, y su falta de escrúpulos, incluso por parte de la Asociación de Enfermeras del Estado de Nueva York, preocupada ante el efecto que el personaje pudiera tener sobre la imagen del gremio. Más allá de consideraciones sobre la ética profesional, lo cierto es que Jackie no es más adúltera que cualquier médico varón de las viejas comedias (personaje que, además, solía mantener esas relaciones prohibidas con las enfermeras bajo sus órdenes).
En otra serie, la célebre Desperate Housewives (de 2004 a la actualidad), que va por su séptima temporada, hay mujeres (y varones) para todos los gustos. Unas y otros tienen diferentes roles sociales, desde la ex modelo glamorosa al ama de casa perfecta o a la ejecutiva publicitaria; desde el empresario exitoso al médico o al plomero. Ninguna y ninguno se mantienen estáticos en esos roles; sus vidas laborales fluctúan, ganan y pierden empleos o negocios, a veces, incluso, diversas vicisitudes los llevan a cambiar de oficio, de profesión, o a mudarse a un barrio con menos pretensiones (cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia). Unas y otros, también, son distintos, no sólo como varones y mujeres, sino, dentro del mismo género, como individuos. Sus variadas personalidades pueden inclinarlos al cinismo o a la ingenuidad, a la astucia o la irreflexión, al cálculo o a la generosidad, a la ira o a la paciencia, a la sumisión o a la manipulación de los demás. Y lo mejor: a lo largo de siete temporadas todos se van modificando interiormente, y a veces encuentran posibilidades insospechadas dentro de sí mismos. Alguno (y alguna) se convertirán en asesinos o asesinas. El ama de casa perfecta caerá en el alcoholismo y en el adulterio. Gays y lesbianas vergonzantes saldrán del ropero. La ingenua se prestará al soft porn virtual para saldar las deudas de la familia.
Aunque los dos géneros sufren estos cambios y desbordan los estereotipos, el eje está puesto, sin duda, en las “mujeres” o “amas de casa” o “esposas” desesperadas. Quizá porque ellas han sido, históricamente, los sujetos del límite y el confinamiento. Quizá porque, después de estar de un lado y del otro, han descubierto que todos los papeles del gran teatro del mundo son insatisfactorios y que no existe respuesta última para el deseo.
Ese hálito de perturbador realismo: el deseo inasible, insaciable, inestable, que se filtra bajo las bien tramadas intrigas y trasciende el legítimo entretenimiento, es el saldo más productivo de los esquemas rotos y los roles mutantes que ponen al desnudo ese enigma de nuestra condición humana.
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